martes, 23 de julio de 2013

Mon amie.

Anoche volvieron las voces. Me di la vuelta en la cama. "¿Qué haces todavía despierta a estas horas?" La ignoré, no la hice caso e intenté concentrarme en las cosas que me rodeaban dentro de la habitación: Dos armarios, una ventana, fotos antiguas de personas sonriendo, un montón de ropa mía mal colocada, una mesita de noche, un par de lámparas, sombreros y... un espejo. Maldita sea. "Mírate, mírate bien." Empecé a encontrarme terriblemente mal, se me formó un nudo en el estómago. "Das asco." Fue en ese momento en el que las náuseas y los escalofríos hicieron que me levantase de la cama y saliese de aquella habitación. "Eres horrible, tremendamente horrible." No se callaba. Recorrí toda la casa, había salido al jardín para que me diese un poco el aire. El cielo tenía ese color anaranjado tan asqueroso típico de las ciudades. "Ve y tómate una pastilla. ¿No ves que no puedes dormir?" Tenía razón, necesitaba dormir aunque no pudiese. Me tomé una. "Tómate un par más." Entré en mi habitación con los ojos cerrados, así evitaría mirarme en el espejo y quizás la voz se callaría un poco. Me tumbé. "Eres horrible, gorda y una cobarde." Cerré los ojos y me limité a dejar la mente en blanco. "Tómate otra past..."
Cállate.



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